Umberto Eco: "Internet es un mundo salvaje"
Umberto Eco vive
con su mujer en un dúplex de un edificio antiguo, justo enfrente del castillo
Sforzesco, el punto turístico más vistoso de Milán. «Me despierto todos los
días ante el Renacimiento», dice Eco. Esta enorme fortificación que se alza
ante sus ventanas fue inaugurada por el duque Francisco Sforza en el siglo XV y
siempre está abarrotada de turistas. Ante ella vive el intelectual y novelista
más famoso de Italia.
Uno de los pisos de
Eco está dedicado al despacho y a la biblioteca. Cuatro salas repletas de
libros, divididas por temas y por autores. La sala donde trabaja es pequeña.
Abriga lo que él llama «ala de las ciencias prohibidas», como ocultismo,
sociedades secretas, esoterismo y brujería. Allí se encuentran las fuentes de
las novelas más populares de Eco: El nombre de la rosa (1980), El péndulo de
Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La
misteriosa llama de la reina Loana (2004) o El cementerio de Praga. Publicada
en 2010, esta última desató una gran polémica por abordar de forma humorística
un asunto tremendamente serio: la aparición del antisemitismo en Europa. Por
motivos diversos protestaron la Iglesia católica y el rabino de Roma. La
primera porque Eco ridiculizaba a los jesuitas («son masones con faldas», dice
el personaje principal, el odioso escribano Simone Simonini). El segundo porque
estimaba que las teorías conspiratorias forjadas durante el siglo XIX podrían
generar una ola de odio hacia los judíos.
Desde el inicio de
su carrera, allá por 1962, con el ensayo estético Obra abierta, Eco siempre ha
buscado provocar este tipo de reacciones. Incluso a sus 80 años recién
cumplidos, no parece haber perdido el gusto por el ruido.
XLSemanal. ¿Cómo se
siente usted al cumplir los 80 años?
Umberto Eco. ¡Mucho más viejo!
[Se ríe]. Nos vamos convirtiendo en gente importante con la edad, pero lo
cierto es que no me siento ni importante ni viejo. No puedo quejarme de llevar
una vida rutinaria. Mi vida es muy agitada.
XL. Sigue
plenamente activo...
U.E. Todavía mantengo
una cátedra en el departamento de Semiótica y Comunicación de la Universidad de
Bolonia y continúo orientando a doctorandos y posdoctorandos. Doy conferencias
por todo el mundo. Acabo de regresar de una megaexcursión por Estados Unidos.
Casi me costó un brazo. Sufro tendinitis de firmar tanto autógrafo en libros.
XL. Usted ha sido
siempre uno de los más acérrimos defensores del libro en papel. Mantiene la
tesis de que el libro nunca desaparecerá. Pese a la progresiva popularización
de los lectores digitales y las tabletas, ¿mantiene la misma convicción sobre
el futuro del papel?
U.E. Soy coleccionista
de libros. Defendí la supervivencia del libro junto con Jean-Claude Carrière en
el volumen Nadie acabará con los libros. Lo escribimos por motivos estéticos y
gnoseológicos [relativos al conocimiento]. El libro sigue siendo el medio ideal
para aprender. No necesita electricidad y puedes subrayar todo lo que te
parezca. Considerábamos imposible leer textos en el monitor de un ordenador.
Pero de eso hace ya unos dos años...
XL. ¿Es que ha
cambiado de opinión?
U.E. En mi último
viaje por Estados Unidos tenía que llevar conmigo 20 libros y mi brazo no
estaba para muchos trotes. Por eso acabé por comprarme un iPad. Fue útil para
transportar tantos volúmenes. Empecé a leer con el aparato ese y no me pareció
tan malo. De hecho, me encantó. Así que ahora leo mucho con el iPad, ¿se lo
puede creer? Pues sí. Incluso así, creo que las tabletas y los e-books sirven
más como auxiliares de lectura. Son más prácticos para el entretenimiento que
para el estudio. Me gusta subrayar y escribir notas, interferir en las páginas
de un libro. Eso todavía no es posible con una tableta.
XL. A pesar de su
vertiginosa evolución, ¿ve usted Internet como un peligro para el saber?
U.E. Internet no
selecciona la información. Hay de todo por ahí. La Wikipedia presta un
antiservicio al internauta. El otro día publicaron algunos chismes sobre mí y
no me quedó más remedio que intervenir y corregir varios errores y absurdos.
Internet todavía es un mundo salvaje y peligroso. Todo surge ahí sin jerarquía.
La inmensa cantidad de cosas que circulan por la Red es mucho peor que la falta
de información. El exceso de información provoca la amnesia. Demasiada
información hace mal. Cuando no recordamos lo que aprendemos, acabamos
pareciéndonos a los animales. Conocer es cortar y seleccionar.
XL. Sin embargo,
reconocerá que, gracias a Internet, el conocimiento se hace más accesible.
U.E. Sí, eso es cierto.
Si uno sabe qué sitios y bancos de datos son de confianza, entonces sí, tendrás
acceso al conocimiento. Ahora bien: usted y yo, que gozamos de cierta riqueza
de conocimientos, podemos aprovechar mejor Internet que aquel pobre señor que
está comprando salami en la charcutería de ahí enfrente. En ese sentido, la
televisión era útil para el ignorante, porque seleccionaba la información que
él podría precisar, aunque fuera información estúpida. Internet es un peligro
para el ignorante porque no filtra nada. Solo es buena para quien ya conoce y sabe
dónde está el conocimiento. A largo plazo, el resultado pedagógico será
dramático. Veremos multitudes de ignorantes usando Internet para las
estupideces más diversas: juegos, conversaciones banales y búsqueda de noticias
irrelevantes.
XL. ¿Existe alguna solución
para que no nos aturda el exceso de información?
U.E. Sería necesario
crear una teoría sobre el filtraje de la información. Una disciplina que fuera
práctica, basada en la experimentación cotidiana con Internet. Ahí queda una
sugerencia para las universidades: elaborar una teoría y una herramienta del
filtro que funcione por el bien del conocimiento. Conocer es filtrar.
XL. ¿Ya está
pensando en su nueva novela?
U.E. Vamos con calma. No
tengo mucho tiempo para ficción en este momento. La verdad, quiero ocuparme
ahora de mi autobiografía intelectual. La Library of Living Philosophers, una
institución norteamericana, me invitó a revisar mi trayecto filosófico. Es una
propuesta que me llena de orgullo porque pasaré a formar parte de un proyecto
que incluye a John Dewey, Jean-Paul Sartre y Richard Rorty, aunque en realidad
yo no soy un filósofo. Desde 1939, el instituto invita a un pensador vivo a
relatar su recorrido intelectual en un libro. El volumen incluye ensayos de
varios especialistas sobre los diversos aspectos de la obra del invitado. Al
final, este responde a las dudas y a las críticas que se han recogido. El
desafío es sistematizar de una forma lógica todo lo que he hecho hasta hoy.
XL. Se antoja una
tarea ingente. ¿Cómo se las apañará para lidiar con todas las facetas de su
trabajo?
U.E. He comenzado por
mi interés constante, desde los comienzos de mi carrera, por la Edad Media y
las novelas de Alessandro Manzoni. Después vinieron la semiótica, la teoría de
la comunicación, la filosofía del lenguaje. Y está también el lado prohibido,
el de la teoría ocultista, que siempre me ha fascinado. Tanto que poseo una
biblioteca dedicada en exclusiva al tema. Adoro todo lo que rodea a lo falso.
De hecho fue así, recogiendo montones de teorías extrañas, como llegué a la
idea de escribir El cementerio de Praga.
XL. Entre esas
teorías destaca Los protocolos de los sabios de Sion, el libelo antisemita que
habla de una supuesta conspiración judía para controlar el mundo. ¿Cómo llegó a
meterse tan a fondo en un documento tan controvertido para crear ficción?
U.E. Yo quería
investigar la razón que llevó a los europeos civilizados a esforzarse por
construir enemigos invisibles en el siglo XIX. El enemigo siempre figura como
una especie de monstruo: tiene que ser repugnante, feo y maloliente. De algún
modo, lo que causa repulsa en el enemigo es algo que forma parte de nosotros
mismos. Es esa la ambivalencia que perseguí en El cementerio de Praga. Nada más
ejemplar que la elaboración de las teorías antisemitas que acabarían por
desembocar en el nazismo del siglo XX.Investigando constaté que el
antisemitismo tiene una raíz religiosa, luego deriva hacia un discurso de
izquierda y, finalmente, da un giro hacia la derecha para convertirse en la
prioridad de la ideología nacionalsocialista.
XL. Sin embargo, el
origen del antisemitismo es muy anterior...
U.E. Arrancó en la Edad
Media a partir de una visión cristiana y religiosa. Los judíos eran
estigmatizados como los asesinos de Jesús. Esa visión llegó a apogeo con
Lutero. Él predicaba a favor de que los judíos fueran prohibidos. Los jesuitas
también jugaron su papel en todo esto. En el siglo XIX, los judíos
aparentemente integrados en Europa comenzaron a ser satanizados por su riqueza.
La familia de banqueros Rothschild, establecida en París, se convirtió en el
blanco del rencor social y de los predicadores del socialismo. Descubrí los
textos de Leo Taxil, discípulo del socialista utópico Fourier. Él inauguró una
serie de teorías sobre la conspiración judaica y capitalista internacional que
daría como resultado Los protocolos de los sabios de Sion, texto forjado en el
año 1897 por la policía secreta del zar Nicolás II.
XL. El antihéroe de
El cementerio de Praga Simone Simonini es antisemita, anticlerical,
anticapitalista y anticomunista. ¿Cómo ideó a alguien tan abominable?
U.E. Los críticos
dijeron que Simonini es el personaje más horroroso de la literatura de todos
los tiempos, y no me queda más remedio que darles la razón. También es muy
divertido. Sus excesos provocan tanto la risa como la rabia.
XL. Además de
falsificador, Simonini es un gourmet. ¿Es un reflejo de sus gustos personales?
U.E. ¡Yo soy de
McDonald's! Nunca me preocupó mucho la comida. Busqué recetas antiguas con el
objetivo de causar repugnancia en el lector. La gastronomía es un elemento
negativo en la composición del personaje. Cuando Simonini discurre sobre platos
exquisitos, la intención es que al lector se le revuelva el estómago.
XL. Philip Roth
dice que la literatura ha muerto. ¿Qué opina usted?
U.E. Roth es un gran
escritor. Si seguimos contando con autores de su talla, seguro que a la
literatura le queda mucha vida por delante. Él publica una buena novela casi
por año. No me parece que ni la novela ni el propio Roth pretendan interrumpir
su carrera [se ríe].
XL. ¿Defiende,
entonces, la vigencia absoluta de la novela?
U.E. Escribir ficción
sigue teniendo todo el sentido del mundo. Ha habido un retroceso, eso sí, hacia
la narrativa lineal y clásica. Yo comencé a escribir ficción, precisamente, en
ese contexto de restauración de la 'narratividad' llamado posmodernismo. Soy considerado
un autor posmoderno, y estoy de acuerdo con la consideración. Me muevo entre
las formas y los artificios de la novela tradicional. La novela es la
realización máxima de la narratividad. Ella abriga el mito, la base de nuestra
cultura. Contar una historia que emocione y transforme a quien la absorbe es
algo que se transmite entre padres e hijos, del novelista a su lector, del
cineasta a su espectador. La fuerza de la narrativa es más eficaz que cualquier
tecnología.
XL. Usted creó lo
que se podría llamar 'novela negra erudita'. ¿Sigue siendo válido este modelo?
U.E. En El nombre de la
rosa combiné erudición y novela de suspense. El libro ayudó a crear un tipo de
literatura que veo con buenos ojos. Hay muchas cosas interesantes. Me gusta
Arturo Pérez-Reverte, con sus fantasías que recuerdan a las aventuras de Dumas
y Emilio Salgari que yo leía de niño.
XL. Leyendo a
seguidores suyos, como Dan Brown, ¿no se arrepiente a veces de haber creado
este género?
U.E. ¡A veces, sí! [Se
ríe]. Dan Brown me irrita profundamente porque parece un personaje inventado
por mí. En lugar de asumir que las teorías conspiratorias son falsas, Brown las
da por verdaderas, poniéndose del lado del personaje, sin cuestionar nada. Es lo
que hizo en El código Da Vinci. Es el mismo contexto de El péndulo de Foucault.
Pero él parece que prefirió acercarse a la historia para simplificarla. Eso
provoca una oleada de mitificaciones. Hay muchos lectores que se creen todo lo
que Dan Brown escribe, aunque, la verdad, no puedo criticarlos por ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus opiniones nos interesan