El editor de la Biblioteca Virtual de Autores Vallecaucanos cuenta cómo se gestó este proyecto que recoge lo mejor de nuestra literatura.
Un clásico que no podía faltar en la Biblioteca Virtual de Autores Vallecaucanos.
Los ‘e-books’ son, en sí mismos, una revolución del tamaño de la que produjo la invención de la imprenta por parte de Gutemberg, que sacó el conocimiento acumulado y encerrado durante siglos en los monasterios y permitió, a la postre, la creación del mercado masivo de textos impresos.
Fue un cambio histórico: pasamos de la mano entintada del monje a la imprenta y, siglos más tarde, a la tecnología digital. Pero el propósito sigue siendo el mismo: la creación literaria y su difusión.
Sin embargo, tanto los ‘e-books’ como las tabletas donde éstos se leen son artículos costosos y de difícil acceso para el grueso de la población.
Pensando en ello, el Ministerio de Cultura aprovechó la entrega de tabletas que hace el Estado en escuelas, colegios y bibliotecas públicas del país para incorporar en estos dispositivos móviles una biblioteca, también gratuita, cuya consulta no depende de una conexión a la red: la Primera Biblioteca Virtual de Autores Vallecaucanos.
Esta iniciativa persigue aproximar a los jóvenes a la lectura. Libros virtuales para jóvenes formales, parafraseando el título del libro de cuentos de Rafael Pombo, ‘Lecturas morales para niños formales’.
La idea de esta biblioteca virtual fue de la Ministra de Cultura, Mariana Garcés Córdoba, como parte del Plan Nacional ‘Leer es mi cuento’, a través del cual se han dotado de libros a las bibliotecas públicas, escuelas, colegios y casas de cultura a lo largo y ancho de un país que, en apariencia, no lee.
Para desarrollar la Biblioteca Virtual de Autores Vallecaucanos se establecieron tres criterios. El primero es que se trata de una experiencia piloto, con carácter didáctico, que servirá de experiencia para que sea reproducido en otras regiones del país.
Segundo, es apenas una muestra representativa de varias épocas, estilos y áreas del Valle del Cauca, con autores nacidos en el Departamento o que desarrollaron vida literaria en estas tierras. Y tercero: abarcara tres áreas de la creación literaria: novela, cuento y poesía.
Pudo haber sido otra cosa. Por ejemplo, el resultado de una exhaustiva investigación académica que abarcara campos como el ensayo, la historia, la crítica, el teatro, con gran número de libros y autores. Pero dadas las limitaciones presupuestales para desarrollar el instrumento tecnológico, diseñar los libros y adquirir los derechos de autor de los escritores vivos, además del carácter didáctico orientado a los jóvenes lectores, se optó por una pequeña biblioteca que consta de seis novelas, un libro de cuentos con once autores, un libro de poemas con catorce autores, un libro de cuentos infantiles con cinco autores y diez cuentos y el libro ‘La vuelta a la manzana’, una memoria literaria de Cali.
El proyecto se desarrolló a través de un convenio con la Fundación Bibliotec de Cali, cuyo objeto es precisamente la divulgación educativa a través de las nuevas tecnologías. El diseño de los libros, sus portadas y las ilustraciones interiores del libro de cuentos infantiles fueron responsabilidad de un equipo de diseñadores industriales formado por Camilo López, Daniel Gutiérrez y Carolina Alarcón.
Para seleccionar a los autores hice diversas consultas en calidad de editor. Unas presenciales, otras virtuales, con algunas de las personas que más conocen de la historia y la actualidad literaria del Valle como Darío Henao Restrepo, ex decano de Humanidades de la Universidad del Valle, así como los escritores Gustavo Álvarez Gardeazábal, Julio César Londoño y José Zuleta Ortiz, autores que además hacen parte de esta biblioteca.
La selección final, con todo y las dificultades que entraña dejar por fuera nombres valiosísimos, con trayectorias y obras reconocidas, corrió por cuenta del editor y es de su entera responsabilidad.
Ahora bien, se puede argumentar —con sólidas razones— que faltan nombres, pero los que se escogieron forman en su conjunto lo que se quiso hacer: una pequeña muestra representativa de la literatura vallecaucana con autores, hombres y mujeres, que abarcan tres siglos, diversidad de estilos y regiones del Departamento.
Los novelas son ‘María’, de Jorge Isaacs, del año 1867; ‘El alférez real’, de Eustaquio Palacios, de 1886; ‘La ceniza del Libertador’, de Fernando Cruz, de 2008; ‘El demonio en la proa’, de Édgar Collazos, de 20011; ‘Cóndores no entierran todos los días’, de Gustavo Álvarez, y ‘Reina rumba’ de Umberto Valverde, ambas editadas en 1971.
Esta muestra nace en el romanticismo y costumbrismo de Isaacs y Palacios, pasa por las crudas manifestaciones del poder y la violencia con Cruz y Álvarez, hasta llegar a la génesis misma de la identidad de Cali, con el barrio Obrero y la salsa de Valverde, sin dejar pasar una divertida aventura de piratas del Pacífico que tratan de ayudar, aunque no mucho, en la lucha por la independencia en la Cali del Siglo XIX, que es la historia que nos narra Collazos.
‘Qué viva la música’, de Andrés Caicedo, claro, debió tener el lugar que le corresponde en la construcción de la identidad caleña de los años 60, pero los derechos electrónicos de la obra fueron cedidos por la familia Caicedo a Editorial Santillana, con la que no fue posible llegar a un acuerdo.
A cambio, Caicedo figura entre los cuentistas con un cuento inédito, rescatado por su familia, con anotaciones al margen de su puño y letra. Un cuento que es a la vez testamento literario: la historia de cómo los ideales de la juventud se estrellan contra el muro de la realidad.
Y están los cuentos. Los de Harold Kremer, Hoover Delgado, Julio César Londoño, José Zuleta, Antonio García, Rodolfo Villa, Boris Salazar, Alberto Dow, Alejandro López, Fabio Martínez y Andrés Caicedo.
Nos los narran en diversos estilos y hacen de esas anécdotas vividas o imaginadas, pequeñas lecciones. De esas que nos va dejando la vida por meternos en la riesgosa empresa de tratar de entenderla.
Los autores de cuentos infantiles, cada uno con dos textos compilados en un tomo ricamente ilustrado, son Alfredo Vanín, Humberto Jarrín, Juan Fernando Merino, Margarita Londoño y José Zuleta. Son páginas que nos pueden llevar lo mismo a los pueblos del Litoral Pacífico, gracias a la pluma de Vanín o a los salones del colegio con Londoño.
Imposible no incluir ‘La vuelta a la manzana’, esa memoria literaria de Cali donde artistas, escritores, académicos y gente de la cultura narran su infancia en las entrañas de los barrios caleños. Umberto Valverde nos pasea por el Obrero. Darío Henao, por Alameda. Amparo de Carvajal, por San Antonio. Pedro Alcántara, nos muestra otra cara del Centro. Un mapa entrañable de una ciudad que ya no existe, pero que está firmemente arraigada en el suelo de los recuerdos.
Y, claro, está la poesía. Siempre la poesía. La Biblioteca les abrió sus páginas a Medardo Arias Satizábal, Antonio Llanos, Octavio Gamboa, Carlos Villafañe, Horacio Benavides, Mario Carvajal, Carmiña Navia, Gerardo Rivera, Elvira Alejandra Quintero, Enrique Buenaventura, Jota Mario Arbeláez, Amparo Romero, Omar Ortiz y Águeda Pizarro.
Es un bello viaje. Lo muy antiguo se junta con voces nuevas que van quedando en la memoria de la gente porque celebran por igual amor y muerte; naturaleza y cotidianidad. Porque la poesía tiene, entre sus poderes ocultos, la capacidad de exprimir la quintaesencia de las cosas, de resumir un mundo en un verso. Y aquí ningún verso se parece a otro.
Así, Ricardo Nieto, (Palmira, 1878) les canta a los caballos viejos y los compara con las vidas humanas que la suerte o el destino van dejando de lado, sin importarle a nadie. Antonio Llanos (Cali, 1905), el poeta maldito, cuya vida transcurre entre la enfermedad y la locura, se retrata a sí mismo como el hermano que llega de lejos evadiendo preguntas ingratas en su Canción del Retorno.
Carlos Villafañe (Roldanillo, 1881) encierra en la métrica perfecta de un soneto el dolor de la pérdida de la amada, en la Vía Dolorosa. Y del otro lado del estilo y del tiempo, Horacio Benavides (Bolívar, Cauca, 1949), quien vive y escribe en Cali como si no hubiera dejado nunca a sus ancestros campesinos, encuentra en el pez o en el cerdo, un motivo para develar en tres palabras el misterio de la naturaleza.
Carmiña Navia (Cali, 1948) es la voz femenina que habla del amor como refugio, mientras Amparo Romero (Cali, 1950) es una voz de ira soterrada que quiere despertar a la mujer triste. Está Enrique Buenaventura, a quien conocemos más por su legado en el teatro. Pero también era poeta y le cantaba a la mar. Y como una nota disonante en un concierto de perfectas armonías, Jota Mario Valencia (Cali, 1940) deja su manifiesto irreverente que es a la vez un himno a su colegio de Santa Librada.
La Biblioteca Virtual de Autores Vallecaucanos es, pues, el primer ladrillo de un proyecto nacional. Con el tiempo nacerán otras bibliotecas similares en la Costa Atlántica y Antioquia. La del Valle crecerá con el tiempo, porque esta, sin duda, ha sido tierra fértil para la literatura. Para la buena literatura.
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