Las enciclopedias son el símbolo de un pasado que a las Bibliotecas pareciera nos cuesta superar. El papel yo no es el único formato y en algunos casos, como el de las revistas y las enciclopedias, lo digital se impone por simple practicidad.
En la Biblioteca hemos reducido el espacio donde antes teníamos las enciclopedias ubicamos una estantería baja, en la que ubicamos principalmente diccionarios para consulta rápida y de fácil alcance de los estudiantes. En donde teníamos los estantes altos con las enciclopedias, pusimos obras de arte, buscando motivar a nuestros usuarios a conocer las mejores obras de la pintura universal.
Transcribimos el siguiente artículo de la revista Semana porque refleja y explica esa nueva dinámica que han venido enfrentando las enciclopedias y por supuesto las Bibliotecas.
Enciclopedias: ni se compran ni se venden
Durante siglos las enciclopedias contenidas en numerosos volúmenes
tenían la respuesta para todo. Pero la tecnología y la acelerada evolución del
acceso al conocimiento acabaron con ellas.
Las enciclopedias en papel se quedaron en una época en la que
había espacio para ubicarlas y tiempo para consultarlas”. Así resume la
directora de la Librería Lerner, Alba Inés Arias, la situación actual de los
otrora grandes receptáculos del conocimiento,
como la Enciclopedia Británica, Espasa, Larousse o Salvat.
“La
enciclopedia sirve para obtener un contexto, para orientarse. Recurrir solo a
ella en un nivel universitario, ciertamente, no es suficiente. ‘Wikipedia’ es
un gran punto de partida, pero casi nunca es el punto final”. Jimmy Wales, creador
de Wikipedia
En los años
sesenta estos compendios históricos o temáticos gozaban de una gran
popularidad. Los hogares de clase alta y media adquirían pesados tomos con los
que los hijos hacían sus tareas del colegio y, gracias a sus ilustraciones, la
familia tenía la oportunidad de ver por primera vez lugares del mundo que hasta
entonces solo habían conocido de oídas.
Pocos sospechaban entonces
que cuatro décadas después un invento de esa misma época entregaría la cuota
inicial de su fin. En 1971 la compañía de informática Intel lanzaba al mercado
el i4004, el primer microprocesador de la historia, cuya evolución cambiaría
la forma en que la sociedad cumple con el propósito de las enciclopedias: el
acceso al conocimiento.
Antes de eso, solo las enciclopedias producían esa sensación.
Esos enormes volúmenes no estaban en las librerías, pues las empresas editoras
las comercializaban por el sistema “puerta a puerta”. Los tenaces vendedores de
enciclopedias casi lograron con el paso de las décadas que en cada casa de
clase media y alta hubiera al menos una. La Enciclopedia Británica, por
ejemplo, que salió por primera vez en 1768, tuvo su mejor año en 1992, pero
dejó de circular en su edición impresa en 2012.
Los vendedores llegaban a casi todos los rincones del país con
un modelo de pago a plazos para que todos los hogares accedieran a ellas a
pesar de sus altos precios. Alba Inés Arias recuerda que entonces “se contaban
muchas historias de cómo en las casas y aún con muchas dificultades económicas,
la gente se endeudaba y trataba de adquirir su enciclopedia, pues lo veían como
una nota de prestigio y una forma de conectarse con el mundo y el universo, a
través de las temáticas y sus deslumbrantes ilustraciones”.
Por eso, muchos crecieron con las enciclopedias sin poner en
duda la veracidad de su contenido, porque el solo hecho de encontrarlo allí
transmitía confianza. Además de la Enciclopedia Británica considerada en sus 32
años como el compendio del mundo anglosajón, la Espasa era el referente para el
mundo hispano. Su primer tomo vio la luz en 1908 y los 72 volúmenes que la
componen solo estuvieron completos en 1930, con lo que se unió a ese grupo
ilustre compuesto además por Larousse o Salvat.
Sin embargo, el mundo en el
que un año era un plazo razonable para actualizar el conocimiento ya no existe.
El patrón de consumo de información ahora es vertiginoso, y por eso las grandes
enciclopedias dejaron de publicar sus ediciones impresas.
Para adaptarse a los nuevos tiempos, varias han migrado a
versiones digitales o, en otros casos, han sufrido fuertes transformaciones,
como es el caso de Larousse, que ahora se dedica a publicar libros
especializados en temas como cine, arte, salud, jardinería, gastronomía y atlas
históricos, entre otros. Del antiguo negocio de los diccionarios enciclopédicos
a esta empresa solo le queda El Pequeño Larousse Ilustrado, con una versión
digital.
Quienes se aferran a internet, como la Enciclopedia Británica,
generan alrededor del 85 por ciento de sus ingresos con las ventas en línea,
especialmente a bibliotecas e instituciones educativas, y han buscado
reinventarse lanzando versiones digitales para tabletas.
Pero aun así no encajan: hoy sus temáticas, desarrolladas solo
por grandes expertos, parecen obsoletas y de ahí el reducido nicho de quienes
aún las consultan en línea. La sombra de Wikipedia se
cierne sobre ellas. Este fenómeno digital cada vez tiene, además de usuarios,
más entradas de artículos escritos en forma colaborativa por miles de personas.
Sin embargo, para Juan Hincapié, reconocido librero de Medellín,
“esto desconoce el valor de las enciclopedias tradicionales en línea, que
cuentan con grupos de trabajo especializados”. Y agrega que “como consumidores
nos hemos vuelto básicos en la investigación que tiene como fuente exclusiva
‘Wikipedia’”.
Aun así, Jimmy Wales, creador
de Wikipedia, le dijo recientemente a SEMANA que “los académicos están muy
contentos con la enciclopedia aunque insisten en que debería usarse de la
manera correcta. Siempre decimos que no se debería citar a ‘Wikipedia’ en un
ensayo académico. No es cuestión de calidad, sino de saber cuál es el papel que
debe jugar una enciclopedia en el proceso de investigación: la enciclopedia
sirve para obtener un contexto, para orientarse. Recurrir solo a ella en un
nivel universitario, ciertamente, no es suficiente. ‘Wikipedia’ es un gran
punto de partida, pero casi nunca es el punto final”.
Así los contenidos digitales avasallen, en el mercado aún se
consiguen algunas colecciones, como las de Planeta, que comercializa libros que
van desde atlas, pasando por obras de ocio y rutas hasta colecciones
infantiles. Ya nadie edita en papel las grandes enciclopedias con pretensión de
abarcar todo el conocimiento. Juan Hincapié dice que la gente ni siquiera las
busca en el mercado del usado.
Curiosamente,
los nostálgicos no van tras las más conocidas, sino sobre una en especial: El
tesoro de la juventud, una enciclopedia temática infantil nacida en Estados
Unidos a comienzos del siglo XX y publicada en español a mediados del mismo. Su
atractivo proviene de que se salía de lo convencional: traía una serie de
juegos y dinámicas, y eso la convertía incluso en una herramienta recreativa
para la familia. Salvo ese tesoro, Hincapié agrega que las demás “ahora son
como el amor verdadero: ni se compran ni se venden”.
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