viernes, 19 de febrero de 2016

Las nuevas bibliotecas ya no son iglesias

Mejor título no le hubieran podido poner a este artículo publicado en la versión digital de el diario El País, de España. Para los que consideramos las Bibliotecas como espacios vivos, abiertos, dinámicos; llenos de oportunidades para el aprendizaje, la cultura y el goce estético, ese concepto anquilosado de ‘Templo del Conocimiento‘ o ‘Casa del Saber‘  debe replantearse.

Aunque el artículo se enfoca en una Biblioteca pública, la filosofía de biblioteca abierta, como espacio de interacción y de creación de contenido, aplica para todo tipo de centro de información. Las Bibliotecas académicas tenemos mucho que aprender de estas experiencias. Sea que nos llamemos CRAI, como en España, o Learning Commons como en Estados Unidos, o que sigamos usando la entrañable palabra Biblioteca, debemos enfocar la prestación de servicios y recursos en estos nuevos contextos. 


Compartimos con nuestros lectores este artículo donde se cuenta la experiencia de una Biblioteca de un país tan avanzado como Finlandia. No debemos olvidar que los países del norte de Europa son considerados los más avanzados en temas de educación, donde las Bibliotecas tienen una altísima valoración social y cultural.




Las nuevas bibliotecas ya no son iglesias


 Madrid 14 JUN 2015 - 00:19 CEST


Atrás quedaron los tiempos en que a las Bibliotecas se entraba con reverencia y hasta con temor por que en el imaginario colectivo y de las autoridades considerarlas un "templo del conocimiento y la sabiduría". Y no es que no sigamos siendo el espacio donde se guarda y se obtiene un , sino que las formas de acceder a ese conocimiento han cambiado al igual que la manera en que las personas perciben los servicios en todos los aspectos. 



En la Biblioteca 10 de Helsinki se puede leer en una hamaca, hacer negocios, coser a máquina, bailar, digitalizar formatos decadentes como casetes y cintas de VHS, tocar la guitarra o echar una siesta. Se puede casi cualquier cosa que jamás habría pensado hacer en una biblioteca. Se puede porque su director, Kari Lämsä, pensó que en el nuevo mundo hay poco espacio para las viejas bibliotecas y mucho para las aventureras: “Tenemos que redefinir el papel que desempeñamos. Tenemos que ayudar a la gente, ser amigables, a veces somos demasiado formales y oficiales. Tenemos que decidir junto a los usuarios que materiales adquirimos y que necesitan. Yo no veo la biblioteca como una sala de estar sino como una cocina, donde cada uno trae ingredientes y cada día sale un menú distinto”. Ellos han dicho definitivamente adiós al almacén de libros.




Finlandia. Un país de lectores. Tiene unos 5,5 millones de habitantes y una biblioteca pública, al menos, en cada uno de sus 836 municipios. En Helsinki, la capital, residen 600.000 personas, que tienen a su disposición 36 bibliotecas.
Estados Unidos. Hay una red de más de 9.000 bibliotecas públicas —suben hasta 119.000 si se agregan escolares, académicas, militares y gubernamentales— para atender un gigante de 319 millones de habitantes. En California, donde está ubicada San José (un millón de habitantes), se contabilizan 181 bibliotecas públicas. 
Alemania. Con 82 millones de habitantes (en Wuerzburg, localidad bávara, viven 130.000 habitantes), el país tiene 7.875 bibliotecas públicas. 
España. Existen 4.771 bibliotecas públicas (53 estatales, 70 autonómicas y las restantes, municipales) para una población de 46 millones de habitantes.

Lämsä conoce el negocio tradicional: empezó colocando libros en los estantes. Pero lo que ha centrado la atención sobre él es que ha atisbado el futuro. “Teníamos que cambiar la idea de la biblioteca como un espacio pasivo. En lugar de diseñar un espacio para acceder a contenidos, hemos creado un espacio para crear contenidos”, explica poco antes de exponer el modelo de la Biblioteca 10 a medio centenar de bibliotecarios iberoamericanos, que han participado en READIMAGINE, el seminario organizado por Casa del Lector en Matadero, en Madrid, con el respaldo de la Fundación Bill y Melinda Gates, para abordar proyectos de innovación digital relacionados con la lectura y los libros.
El éxito de Lämsä puede medirse: reciben 2.000 usuarios al día en una ciudad con 600.000 habitantes y 36 bibliotecas. La mitad de sus usuarios tienen entre 25 y 35 años. El sueño de cualquier bibliotecario, que observa cómo los grandes lectores que son los niños huyen al crecer. “Es una preocupación de casi todas las bibliotecas, que ven cómo los niños dejan de ir a ellas cuando llegan a la adolescencia”, apunta Luis González, director general adjunto de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Lämsa, sin embargo, ha logrado atraer a esa franja refractaria a un espacio asociado al silencio. Lo que ha demostrado el director es que sólo rechazan el modelo tradicional. “El 75% de los usuarios vienen para otras cosas distintas al préstamo de materiales. Hemos logrado atraer a nuevos perfiles como trabajadores autónomos, artistas o artesanos”.


En esta década de vida han obtenido varios reconocimientos. EL definitivo ha sido el espaldarazo de el gobierno de Finlandia, que abrirá en 2018 la nueva Biblioteca Nacional siguiendo su modelo, tras una inversión de cien millones de euros. Kari Lämsä es uno de los 20 bibliotecarios emergentes elegidos por la Fundación Bill y Melinda Gates dentro de su programa de líderes globales. En esa lista exquisita de visionarios que ya han llevado la teoría a la práctica, figuran también la alemana Anja Flicker y Jill Bourne, considerada una de las 100 mujeres más influyentes de Silicon Valley.
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Bourne dirige desde 2013 la biblioteca pública de San José, la décima ciudad de Estados Unidos, donde se ubica la famosa tecnópolis. En menos de dos años ha logrado convencer a los políticos para que aumenten los fondos municipales para la institución y a las compañías para que aporten —gratis— su conocimiento. “Las tecnológicas reinvierten en innovación y desarrollo, no se dedican a regalar dinero, pero nosotros tenemos una reputación y una confianza del público que nos da valor añadido”.
Después de que ingenieros de eBay desarrollasen gratis una aplicación para la biblioteca, nuevas corporaciones como Microsoft, PayPal o Google están negociando algún tipo de colaboración. “El reconocimiento de la biblioteca pública es un reconocimiento del valor del conocimiento. Hay que hacer ver a los políticos que son esenciales”, defiende Bourne, que logró que en junio de 2014 se aprobase un impuesto finalista, sufragado por propietarios inmobiliarios, para financiar la biblioteca de San José.
La revolución de Anja Flicker, al frente de la biblioteca pública de Wuerzburg (Alemania) desde 2010, fue de otra índole. Logró que sus 40 empleados, en los que abundaba un perfil de veteranos desinteresados hacia la cultura digital, afrontasen una inmersión paulatina que ha resultado ejemplar. “No podíamos dejar a nadie atrás. Ha sido un proceso duro y lento, pero no tiene marcha atrás. Como bibliotecarios hemos de ser capaces de formar a nuestros usuarios en tecnologías y antes había que preparar al equipo”, contó Flicker, que recurre a un verso de Hilde Domin, una poeta huida del nazismo, para resumir su filosofía: “Puse el pie en el aire, y él me sostenía”.

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